jueves, 1 de enero de 2009

Managua, San Salvador, Ciudad de Guatemala, Ciudad de México

No puedo decir que conozca Honduras, aunque ésta haya sido la tercera vez que entro en el país. Cuando vivía en Nicaragua fui a comer un par de veces a Choluteca, la ciudad más cercana a la frontera, y ahora, el 7 de diciembre, he atravesado el trozo de carretera Panamericana que separa Nicaragua de El Salvador. Dicen que en Honduras hay un nivel de vida un poco más alto que en Nicaragua, pero desde un vehículo y por esta zona no se nota ninguna diferencia, ni de paisaje ni de población. Siempre los pueblos crean sus diferencias, pero el viajero, en algunos lugares, sólo percibe que pasa de un país a otro porque lo hacen esperar en el puesto migratorio para poner un sello en su pasaporte.
Precisamente por esa cuestión de los pasos fronterizos me veo en la obligación de pasar la noche en San Salvador, aunque el pasaje que he sacado cubra el trayecto entre Managua y Ciudad de Guatemala. Me parece muy bien porque así no viajo de noche y puedo conocer un poco de El Salvador, que de otra forma habría visto también muy de pasada. Llego a la capital sobre las 17:00 horas y aún me da tiempo a pasear por el centro. Veo una ciudad pobre, aunque pasamos por una zona nueva de casas caras. El centro está lleno de puestos callejeros, con productos navideños en los de la plaza principal…, resalta un Palacio Presidencial, un buen Teatro Nacional… No me parece nada diferente de lo que pudiera encontrar en cualquier otra ciudad de Centroamérica. En la misma terminal de la compañía (Tica Bus) hay un hotel bastante triste, pero suficiente para pasar la noche, y conviene no moverse mucho porque a las 5:30 hay que confirmar el boleto allí mismo para salir a las 6:00.
Hace veintiún años pasé varios meses en Guatemala, colofón de un viaje por México al que dediqué poco más de un año, como el de ahora por el continente. En aquella ocasión llegué a moverme bastante por el centro de la capital, por unas calles que ahora me cuesta reconocer. No es tanto porque esa zona de la ciudad haya cambiado, en realidad es más bien mi memoria la que no conserva un recuerdo nítido. Han pasado muchos años, y sobre todo muchas otras imágenes que han necesitado disminuir o borrar espacios de disco duro. Reconozco algunos edificios por donde llegué a pasar muchas veces; otros muchos que ya debían existir por entonces me resultan ahora nuevos y otros que creía recordar con exactitud han desaparecido, o seguramente sólo los he desubicado. Veo que la ciudad ha crecido mucho, pero por zonas que antes tampoco conocía, pienso que el centro ha cambiado menos de lo que me parece, de lo que mi capacidad de recordar aquellos años le atribuye. Al final me quedo solamente una noche, pensaba pasar alguna más pero tengo demasiadas ganas de llegar a México, me invade una sensación de angustia que me resulta nueva, una mezcla extraña de temor y entusiasmo.
Nunca había tardado tanto tiempo en regresar a un sitio conocido. Me da miedo llegar a México, reencontrarme con un tiempo remoto que no tuvo continuidad, reconocer con excesiva nitidez los cambios desagradables que me he ocultado de mí al compararlos con el evidente reflejo de los que observe. Pienso que un reencuentro con el pasado lejano puede ocasionar un encontronazo con el presente, una visión demasiado descorazonadora del tiempo perdido.
El primer impacto me lo llevo en la frontera entre Guatemala y México, la que se llama Talismán. La conocía bien, pasé por aquí varias veces en aquella época, pero en concreto una noche estuve dando vueltas entre el barracón de inmigración y la línea en mitad del puente que separa los dos países. Preso en un camino de unos 50 metros de largo, encerrado en la selva. Era casi medianoche cuando pasamos dos jóvenes melenudos que desde hacía tres días apenas dormíamos; dos policías, de los llamados judiciales, decidieron registrarnos a fondo; a mi amigo le encontraron un poco de marihuana, apenas cinco gramos, lo que entra en un cigarrillo, y como tenía pasaporte mexicano se lo llevaron preso; mientras a mí me retenían el pasaporte hasta que al día siguiente tuviese una entrevista con la jefa de inmigración, que decidiría si me dejaba pasar al país, donde residía y trabajaba ilegalmente desde hacía más de un año. Aquella noche apenas paré de pasear, y de pensar en los argumentos que convenciesen a la señora licenciada para que me dejase volver a mi casa en el Distrito Federal. El principal argumento era que yo no llevaba nada, suficiente para que me dejara pasar. A mi amigo lo soltaron una semana después, sin necesidad de que el grupo de allegados hiciésemos nada para sacarlo, que fue el mejor consejo de entre todos los que nos dieron.
Esta noche, del 9 al 10 de diciembre, mientras hago en autobús el trayecto entre Tapachula y el DF, comienzo a rememorar muchas de las situaciones que viví durante los siete años que pasé en este país, y no puedo evitar unas lagrimitas de nostalgia, de una melancolía que es tristeza y gozo a la vez. Hace veintiún años que pisé México por última vez, durante una vida que no he dejado en ningún momento de saber mía, aunque a veces se represente en mi memoria como una película que vi hace muchos años. Sólo me queda claro que hoy comienza un año más, y que es el primer día del resto de mi vida.
Selva glotona
De tormenta y calor
Defecas verde

domingo, 21 de diciembre de 2008

¡Ay Nicaragua, Nicaragüita!

Así dice una canción de Carlos Mejía Godoy que se convirtió en himno de la victoria sandinista, casi en el nuevo himno de Nicaragua. Eran otros tiempos, aquella victoria fue paradigma de las luchas latinoamericanas contra las viejas dictaduras, el ejemplo de que esas luchas no habían concluido en Cuba ni muerto en Bolivia. Por entonces, los sandinistas pensaban que no cometerían los mismos errores de aquella URSS que demandaba cambios, o esa Cuba que no levantaba cabeza ni dejaba que sus ciudadanos lo hiciesen. Eran otros tiempos. Los nicas estaban entusiasmados con sus perspectivas de cambio, en las primeras elecciones ganó el Frente por amplia mayoría y colocaron a Daniel Ortega de presidente. Después vinieron los años de guerra contra la Contra, las siguientes elecciones de 1990, la derrota del Frente Sandinista en las urnas, los 16 años de oposición. Se cuenta que cuando el Frente perdió frente a la Unión opositora, Fidel le dijo a Daniel que nunca debió hacer elecciones, que ya nunca recuperaría el poder. Quizás sea por eso que una vez recuperado democráticamente no esté dispuesto a perderlo por ninguna vía. Como si hubiese aprendido la lección, como si estuviese arrepentido de haber sido demócrata. Hoy Carlos Mejía Godoy, uno de los personajes nicaragüenses más conocidos en el mundo hispano, tras Rubén Darío y junto a Ernesto Cardenal, no pertenece al Frente e incluso está enfrentado, les ha llegado a pedir que no utilicen sus canciones sin pagar derechos. También el sacerdote poeta abandonó el Frente, y la mayoría de los intelectuales que pertenecieron al partido (cuando los pensadores abandonan un grupo al que apoyaron es que algo huele mal en sus filas), aunque algunos de aquellos y aquellas intelectuales siguen ideológicamente fieles al sandinismo a través de un “Movimiento Renovador” que al no tener posibilidades electorales prefiere dar su apoyo al partido liberal, al enemigo. Claro que la contradicción, repetida en la historia de muchos países, es que en el partido liberal militaban igualmente Sandino y Somoza, su asesino.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) volvió a ganar las elecciones presidenciales hace dos años, casi treinta después de su victoria armada sobre el último de los Somoza. Pero ahora son otros tiempos, muchos de los antiguos sandinistas están decepcionados, y otros muchos son jóvenes violentos que sólo están ahí porque anhelan hacer otra revolución. En 1999 viví en Nicaragua casi todo el año; una noche estaba tomando guaro con un grupo de sandinistas que había contratado, me explicaban muchas traiciones que, sentían, les estaban haciendo los diputados del Frente, por entonces en la oposición; pregunté por qué los seguían votando pues, y el líder de ellos respondió: porque si no seríamos banquete del enemigo. Desde hace años los dos partidos principales, PLC y FSLN, se han venido sentando en la misma mesa para repartirse y comerse los escasos recursos de la pobre Nicaragua. Y el Frente, ahora que recuperó el poder, demuestra que está dispuesto a cometer la misma cantidad de abusos e injusticias, si no más, que cometió el PLC cuando ocupó el gobierno, y seguramente le gustaría establecer una dictadura tan feroz como la del somocismo contra el que combatió, o mínimo como la que aún se mantiene en Cuba; o como la que persigue Chávez en Venezuela, que después de las elecciones municipales “bolivarianas” continúa regalando gasolina a los países donde mandan sus compinches, y en cambio procura que no llegue a los estados de su propio país donde ganó la oposición.
Me ha tocado vivir ahora en Nicaragua las elecciones municipales. Los liberales insistían desde hacia meses en que habría fraude. Al día siguiente de las elecciones había demasiadas evidencias como para negar el fraude con demostraciones, entonces el Frente soltó a sus cachorros a la calle, a que hiciesen bulla, a que metiesen miedo, según dicen para adelantarse a que lo hiciesen los liberales. Durante dos semanas han tomado las calles, han paralizado gran parte de la producción, han hecho mucho ruido y han atemorizado a la oposición y a gran parte de la población. Un sandinista me justificaba el fraude con el argumento de que es lo mismo que hicieron los liberales en las legislaturas anteriores, y con el mismo argumento la corrupción, de la que conozco privadamente dos hechos concretos, pues como uno de los líderes liberales sigue siendo el presidente a quien se enjuició culpable de robo durante su mandato, parece justificarse que mientras él tenga posibilidades es lógico que lo hagan todos. Hoy es el gobierno sandinista quien ha hecho sentir su poder y ha extendido todo tipo de amenazas, pero eso no significa que no esté dispuesto a seguir negociando con la oposición para continuar repartiéndose el poder y sus beneficios. Sin importar lo que haya que ser o hacer para mantenerse en el poder. Un buen ejemplo es la frase de campaña que abunda en las calles de Managua junto al retrato de Daniel Ortega: “Cumplirle al pueblo es cumplirle a Dios”. Con esta izquierda “comunista” que se está dando ahora en América Latina, si Marx levantara la cabeza lo primero que haría seguramente es vomitar.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Managua, Matagalpa, Granada

Llevo casi un mes en Nicaragua. Aún espero a que me lleguen las tarjetas de crédito que se me vencieron al finalizar el mes pasado. Llegué a Managua el domingo 2 de octubre. Me llevó un par de días comprobar que no me habían enviado las tarjetas a una dirección en Madrid y mi hijo, que trabaja en el banco donde tengo la cuenta, se encargó de pedirlas. Si se las hubiesen entregado a él y me las hubiera enviado por una empresa de paquetería ya las tendría en mi poder desde hace una semana o dos, pero prefirió, con buen criterio, que se encargara de enviarlas la empresa de las tarjetas, puesto que se ofrecía a ello. Primero hubo un empleado que decidió no enviarlas porque consideraba que la dirección en Nicaragua, sin calle ni código postal, era insuficiente. Recordé mi dirección cuando trabajé aquí: “De donde fue el Comando del Eskimo 2 cuadras y 20 varas al noreste, casa con rejas verdes. Matagalpa. Nicaragua.” Lo curioso es que el “De donde fue” señala que ahí estuvo, hace tiempo, pero que ya no está. El “Comando” es una comisaría de policía, que es lo primero que hubo en esa esquina, el “Eskimo” es la principal marca de helados en el país, que es lo que pusieron a continuación en donde hubo el Comando, y cuando yo vivía en esa misma calle lo que había en esa esquina era un local de pizzas y sándwiches. Lo curioso es que no sólo los carteros, también la gente sigue manteniendo esas mismas referencias sin importar el tiempo que haya pasado. Finalmente el empleado se decidió, supongo que con cierto temor, pues enviarlas al local de un Centro Comercial debía parecerle una temeridad, cuando es una de las direcciones más fiables de la capital, sin pérdida ninguna.
El caso es que se supone que las tarjetas están en el país desde principios de la semana pasada, pero no me han llamado ni han aparecido a buscarme para decírmelo, y lo peor es que en España no quieren dar la dirección o el nombre de la empresa que las tiene en Nicaragua, donde tampoco consigo que alguien me diga si hay una oficina de Visa… Así que aquí sigo, esperando, un tanto intranquilo ya. Mientras, a lo largo de este mes, he disfrutado de la compañía de mi amigo Juan y de nuestras largas y divertidas conversaciones, he jugado con su hijo pequeño, he buscado cosas en Internet, escrito correos, leído un par de libros…, en su casa rodeada de selva, un oasis a pocos minutos de la destartalada Managua, que nunca se recuperó del brutal terremoto de 1973 y que ha crecido dispersa y sin gracia. He viajado dos fines de semana a Matagalpa, la ciudad donde trabajé casi todo 1999 y varios meses del 2001. No he pasado a ver los proyectos de la ONG para la que trabajé, no he tenido verdadero interés, supongo que me ha influido una mezcla de nostalgia y enojo, he preferido pasar el tiempo con las buenas amistades que hice allí, y rememorar las noches de los sábados en el cafetín de una ONG local, lugar indispensable donde acabar la agotadora semana laboral que tenía durante mi trabajo aquí.
También pasé un día en Granada. Me habían dicho que era la ciudad más bonita de Nicaragua pero, por unas razones u otras “nunca fui a Granada”. Aunque ésta de Nicaragua no tenga una Alhambra es también una hermosa ciudad, con colorido y buen ambiente, poblada de antiguas casas coloniales, bien conservada y limpia. Está a las orillas del gran lago de Nicaragua o Cocibolca, y también aproveché para dar un paseo en lancha por las isletas que hay frente a la ciudad, pequeñas plataformas de roca y selva (unas 350) que formaron las piedras lanzadas a distancia por una prehistórica erupción volcánica.
En estas semanas he coincidido con las manifestaciones violentas de las bases Sandinistas. La oposición liberal acusó de fraude al gobierno Sandinista en las elecciones municipales, y en vez de ser los liberales quienes saliesen a la calle a protestar, ha sido el Frente Sandinista quien ha movilizado a sus bases más agresivas, que durante dos semanas han tomado las calles con violencia para demostrar que el poder lo tienen ellos. Pero de esta historia ya contaré algo más un día de estos, en una observación general, como he hecho al salir de todos los países por los que he pasado. Ahora no tengo ganas, llevo varias semanas con mucha pereza de escribir, como habrá notado quien entrara en el blog en busca de algo nuevo. Ni siquiera tengo haikus nuevos, pero para no cortar con el hábito pondré uno que escribí hace meses y que no llegué a meter.
La mar en calma.
Dentro de la ballena
Jonás dormita

jueves, 13 de noviembre de 2008

El patio trasero

Así llaman en América a los países que hay al sur del río Bravo. Los mismos latinoamericanos dicen que son el patio trasero de los gringos del norte (palabra que proviene de “green go”, en alusión al color de sus uniformes y al deseo de que se fuesen). Los “americanos” han dejado claro sus derechos sobre el resto de “su” continente, desde la Doctrina Monroe en 1823 (que avisaba a las potencias europeas de no dejarles intervenir en los asuntos americanos, pues sólo “ellos” tenían ese derecho) pasando por la declaración de Theodore Roosevelt en 1904, que sostenía sin necesidad de argumentos su derecho (incluso obligación) a intervenir en cualquier país latinoamericano que no actuara correctamente, según el parecer de “ellos”. A lo largo del siglo XX han ejercido ese “derecho” en numerosas ocasiones sin reparo alguno: Cuba, Nicaragua, Chile, Panamá…
En Panamá lo tenían incluso puesto en contrato. Los panameños, desde su independencia en 1821, decidieron pertenecer primero a aquella Gran Colombia bolivariana que duró poco y luego a la República de Colombia. Hubo siempre movimientos independentistas, que no prosperaron, hasta que en 1903 los Estados Unidos no consiguieron ratificar un acuerdo con el gobierno colombiano sobre la construcción del canal y, de la noche a la mañana, los panameños se independizaron con el reconocimiento inmediato del poderoso imperio americano, que entonces sí pudo construir el canal sin problemas. La idea del canal de Panamá venía desde lejos, ya se había planteado en tiempos de Carlos I, y en la segunda mitad del XIX lo habían intentado los franceses, con un saldo de 20.000 obreros fallecidos (como en una guerra) casi todos por enfermedades. Los norteamericanos consiguieron erradicar de la zona la fiebre amarilla, la malaria, el comunismo… El contrato que hizo el gobierno estadounidense con el panameño fue revisado en varias ocasiones, incluso la concesión ha pasado ya a manos del pequeño país, pero tengo entendido que en la práctica los norteamericanos siguen teniendo “derecho”, según ese contrato aunque no lo habrían necesitado, a intervenir militarmente si el canal corriese algún peligro, y en realidad no me extrañaría que aún controlaran su organización y al personal directivo, pues si no es probable que el tránsito por el canal sufriese los mismos contratiempos que las fronteras terrestres, y al final fuese mucho más caro y lento (hay que reconocerlo)
Uno de los líderes históricos panameños que más plantaron cara a los norteamericanos fue el general Omar Torrijos, dictador populista que lo mismo eliminó a la oposición que ayudó a los desfavorecidos. Murió en un accidente aéreo de dudosa casualidad. Su amigo y sucesor, Noriega, mantuvo que tenía datos de cómo la CIA había organizado la muerte de ambos, aunque a éste no hizo falta que lo ultimaran, aún está preso en EE.UU. después de ser capturado (acusado de narcotráfico) tras aquella invasión que dejó un saldo de 5.000 víctimas, la mayoría civiles. El presidente actual de Panamá es Martín Torrijos, pero le queda poco tiempo porque se aproximan las elecciones. Un taxista me dice que a su padre, a pesar de que era un dictador militarista, el pueblo lo quería mucho y aún lo añora, pero que su hijo se les olvidará enseguida porque lo único que ha hecho de importancia es encarecer aún más el país. Los ingresos por el canal van ahora íntegros a Panamá pero no se sabe bien a qué bolsillos, en las calles y las carreteras no se nota nada.
El ejército panameño ha sido abolido, creo que ya en dos ocasiones, y convertido en Guardia Nacional que no difería mucho de un cuerpo militar. En Costa Rica se abolió el ejército tras una guerra civil, en 1948, y desde entonces se declaran con orgullo la Suiza de América (aunque pienso que las Suizas de América son más bien Barbados, Bahamas y esos otros paraísos fiscales). El que desde su origen hubiese pocos indígenas y muriesen casi todos de distintas maneras, el que fuese el territorio más alejado del virreinato al que pertenecía, el de Nueva España con capital en Ciudad de Méjico, el que no hubiese minas y viviesen de la agricultura, sin latifundios, conformaron unas características particulares al país, que siempre se benefició de menos desigualdades y caudillismos. Pero Costa Rica también está en el patio trasero de Washington, con “lógicas contradicciones” en su historia: Combatió y venció al aventurero norteamericano William Walker, que se había establecido como presidente de Nicaragua para beneficio de su país, y unos años después se instaló en su territorio la United Fruit Company para controlar desde allí toda Centroamérica. Abolió el ejército para impedir los golpes de estado, y el principal sindicato obrero se llama Rerum Novarum, como aquella encíclica del papa León XIII que apoyaba y justificaba la aceptación por los pobres, católicos, de los ricos católicos. Hoy vuelve a estar como presidente (su segundo mandato) el único Premio Nobel de su historia, Óscar Arias, que recibió el de la Paz en 1987 por su plan para pacificar la región. A parte de este presidente, que tampoco es que sea muy conocido, sería un reto para cualquiera recordar algún “tica” famoso por algún motivo, sea escritor, pintor, cantante o deportista… En eso sí responde a aquello que se decía de Suiza, que en un siglo de guerras Inglaterra desarrolló la Revolución Industrial mientras durante el mismo tiempo en Suiza sólo se inventó el reloj de cuco. Porque resulta que la paz estanca.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Portobelo, Panamá City, David, San José de Costa Rica

El miércoles 29 de octubre, pocas horas después de llegar a Portobelo, salgo en dirección a la ciudad de Colón para seguir lo antes posible a Panamá. Por muchas partes nos han dicho que Colón se ha convertido en la ciudad sin ley, que mejor no darse ni un paseo. Desde el bus que atraviesa la ciudad se ve el abandono de los edificios, la suciedad de las calles, la pobreza de mucha gente. Desde ahí arriba no parecen peligrosos, incluso predomina el ciudadano normal y sonriente, pero es lo que tiene ser extranjero en ciudades con mala reputación, que te acojonan enseguida. Parece claro que la ciudad se compone de unos barrios privilegiados que rodean un centro conflictivo. Llegamos al Terminal y tomamos el autobús que nos ofrecen según bajamos. Antes me he informado con un pasajero de los precios del tren turístico que hace la ruta del canal, y como suponía los precios son para turistas: 35 $ el tren vs. 3 $ del bus. Colón (cuyo nombre proviene de aquel don Cristóbal que pasó por aquí) es la segunda capital del país, y la del canal en la orilla atlántica, mientras que Panamá City es la capital del país y del canal en la vertiente pacífica. Aunque de pacífica parece que tiene ya poco, no ha llegado a la reputación de Colón pero no dejan de avisarte: “Por ahí no camine” “Por aquí no salga de noche”. A pleno sol pregunto en recepción cómo ir al casco viejo y me dicen directamente que mejor vaya y vuelva en taxi, pregunto que si está muy lejos y me responden que no, apenas 6 cuadras, pero que no me conviene ir caminando yo solo. Eso ya es suficiente para hartarme de Panamá City (así la suelen llamar, supongo que porque es también de los yanquis que se la han prestado a los panameños, como el canal). Pregunto si es interesante el casco viejo y ante la expresión decido marcharme de la ciudad esa misma noche. Aunque la tarde y noche anterior no salí apenas porque estaba muy cansado, esa mañana me quedo en la habitación hasta las 14:00 (hora del check out en este hotel) escribiendo lo del viaje en barco (aún por entonces se me mueve el piso, no es broma, hay un momento que llego a preguntarme si no es un temblor). Cuando salgo voy directamente al Terminal, dejo el equipaje, me quito el hambre con cualquier cosa y salgo en un bus a ver las esclusas del canal (por aquello de no perderme en directo el principal atractivo del país, aunque había visto recientemente un buen documental de cómo se hizo). Pido a un tipo que me avise de mi parada, se le olvida, o le da igual (lo digo porque la única gente simpática que encuentro es la que quiere sacarme dinero y dos taxistas ¡en todo el país!). Debo seguir hasta final de línea, regreso, me bajo en donde está el mirador más turístico, con guardia y cafetería, cierra a las 17:00 y son y 17. Salgo a la carretera, espero otro bus para volver a un mirador libre de paso y de pago. Llego casi de noche, hago unas fotos mientras como unos perritos callejeros, me quedo un rato sentado en unos bancos frente al canal, se hace noche cerrada pero hay gente cerca. Espero otro bus, ninguno me lleva de nuevo al Terminal, espero hasta que me voy en uno cualquiera que me deja al borde de una autopista, en un lugar desconocido, oscuro, y me dicen que debo cruzar al otro lado, por un paso elevado donde hay gente durmiendo bajo el techado que lo cubre. Cruzo bastante desconfiado. Al otro lado para en ese momento un bus, le pregunto si va al Terminal y tengo la suerte de oír que sí. Hago tiempo en un cyber, luego cenando, leyendo…, el bus sale a las 10:45, llegaré a David antes de que amanezca, sobre las 5 de la mañana. Me caigo de sueño.
David es la tercera capital, mucho más segura que las otras dos pero sin gracia ninguna, cerca de la frontera con Costa Rica pero lejos del canal y un poco del mar. Que se llame como mi hijo no me hace verla más bonita, ni siquiera singular, pero me siento cansado (aún se me mueve el piso) y encuentro un hotel cómodo y no caro (aunque Panamá lo es bastante más que Colombia y Venezuela y…) El caso es que me quedo dos noches. Pienso en quedarme todo el fin de semana, por no pasar fronteras en días de asueto, pero ¿qué hago dos días más en una ciudad donde no hay para donde pasear sin arriesgarte a pisar “zonas rojas”? (así llaman a las zonas inseguras). Lo único peculiar de David es que veo más casas de empeño de lo normal y varios hoteles con nombres españoles.
Salgo a las 8:00 del sábado 1 de noviembre en un autobús directo a San José de Costa Rica. Pero antes hay que parar en las fronteras. En la de Panamá intentamos ponernos a parte de la cola que hay, porque según nuestro conductor pasaríamos todos en grupo con una relación de nuestros datos que él ha hecho. Lo mismo hacen de otros buses y se arma tremenda bronca: varias colas o más bien ninguna, la gente se insulta, se empujan, la policía no aparece, se ven algunos polis lejos pero es posible que estén más a las “mordidas” que al trabajo. El ambiente se calienta más aún de lo natural del clima. Por fin llegan dos polis, intentan organizar aquello, la gente no hace caso y se acusan unos a otros. En un grupo de gringos hablan entre risas, pienso que se dicen algo así como: “mira, es por estos detalles que somos superiores”. Al fin hacemos una sola cola..., y una hora de cola. Por suerte hay nubes que tapan el sol a ratos. Los gringos aguantan cola y ya no les hace tanta gracia. Según consigue cada quien su visa panameña atraviesa los 200 metros de separación con la cola costarricense. Allí hacemos unas dos horas y se repiten acontecimientos: aglomeración frente a las ventanillas, la gente que se insulta y empuja, la policía que tarda en aparecer, los gringos que ríen… Mi vecino de cola piensa lo mismo que yo antes y lo expresa en voz alta: “estos gringos se ríen de nosotros, y luego lo cuentan en su país y se ríen más, y lo peor es que con razón, estos países nuestros no tienen solución”. En ambas fronteras se ha dado un ejemplo bochornoso, y esta palabra es muy apropiada si añadimos el calor que hace.
Había oído decir siempre que San José era una ciudad muy tranquila. Era…, parece ser que hasta hace no mucho tiempo. El primero que me pone alerta es el seguridad del Terminal, después el taxista, según dice han tomado la ciudad muchos narcotraficantes colombianos y muchos delincuentes nicaragüenses, que han extendido la droga y los asaltos. Me deja en un hotelito que asegura es de muy buena zona, cuando me dispongo a salir dicen que mejor a esas horas no salga por allí solo (las 21:00). Pido una hamburguesa a un “delivery” y ceno en el hotel. Pongo una cadena de tele nacional y me escandalizo, el informativo parece un programa local de sucesos y hasta los presentadores resaltan la nueva ola de violencia. A la mañana siguiente salgo muy temprano y me sorprende ver las calles tan vacías, hasta recordar que es domingo y que así es en las ciudades. Camino cuatro cuadras hasta Tica bus para informarme de los viajes a Managua, a continuación voy a un cajero, en la pantalla dice que está mi tarjeta vencida y busco la fecha de vencimiento por primera vez. ¡Horror! Se han vencido con el mes de octubre. Tengo el dinero justo para otra noche de hotel y dos comidas económicas, en Costa Rica que es el país más caro de cuantos he pisado en este viaje, o bien para el bus hasta Managua, las comidas y quizás una primera noche de hotel allí. La diferencia es que en Nicaragua me espera mi amigo Juancho (bueno, él está en este momento en España pero su mujer sí está allí y también me espera). A las 12:30 sale el último Tica bus a Managua. Visto lo visto en San José, y que ya estoy cansado de dar vueltas, decido irme ese mismo día. Doy un largo paseo por el centro de la ciudad sin encontrar nada especialmente atractivo. Lo más gracioso que me encuentro sucede mientras fotografío esta estatua callejera, la señora de anchas caderas que camina al fondo, con una niña de la mano, se para y dice sin sonreír siquiera: “mira, tú mamá” y sigue de largo. La llegada a Managua ya es otro capítulo. Ahora el haiku, que aún recuerda los días de barco en el Caribe.
Calma velero
Que ebrio de mar y sol
Te tambaleas

jueves, 30 de octubre de 2008

Diario de a bordo

Primer día. Embarcamos el miércoles 22, un día después de lo previsto, el capitán quería completar el pasaje. Nos ha citado sobre las 11 de la mañana en el Club Náutico, para que almorcemos allí, nos habituemos un poco al barco y esperemos los trámites de salida; él mismo se encarga de nuestras visas. Almorzamos y esperamos, y esperamos, y esperamos… Comienzo a leer las historias de Lituma, aunque he dejado atrás los Andes; aquí sería más lógico los orígenes de Gabo, o mejor aún el Maqroll de Mutis, pero he intercambiado con el vasco a Rómulo por Mario y es lo que hay. Dejamos el amarre al atardecer, y vamos a otro muelle porque todavía nos falta subir la moto de un brasileiro que viene con ella desde su ciudad, muy cerca de Brasilia. El pasaje es variado, aunque se impone la lengua inglesa: dos australianos, un inglés, un californiano y una pareja sueca. Siete varones (ocho con el capitán) y una mujer. El brasileño entiende inglés menos aún que yo. El capitán sí lo habla bastante bien porque ha navegado por todo el mundo con gente de todas partes, y el portugués porque nació en Brasil, y el español porque lleva 20 años en Colombia, y el francés porque de allí son sus orígenes y nacionalidad… Nosotros dos tenemos la misma edad, el brasileiro diez años menos y los otros seis pasajeros están lejos de la treintena. Cuando salimos de la bahía de Cartagena es noche cerrada. El mar está muy picado, se mueve sin ritmo, como batea en manos temblorosas. El capitán dice que allí siempre es así, porque los arrecifes del fondo rompen el compás del oleaje. Poco después mis compañeros de pasaje están todos mareados, los siete, aunque sólo dos vomitan. Tres prefieren bajar a los camarotes, los otros se van tumbando en cubierta, incluso en el suelo. Llega un momento en que los únicos que mantenemos los ojos abiertos somos el capitán y yo (y su caniche), incluso él se duerme a ratos, con un reloj que lo avisa cada 15 minutos para ver si todo va bien. Sobre las 2:00 bajo a mi camarote, soy el único que no compartirá cama porque el brasileño ha elegido dormir todas las noches en el sillón del comedor. Aun así duermo muy poco.
Segundo día. Lo primero que noto al despertar es el vaivén exagerado del velero. Amanece. Pienso que los pasajeros siguen mareados pero van apareciendo bien y con apetito. Ese día es todo de navegación, no llegaremos a las islas hasta el siguiente amanecer. Veo que el Caribe en alta mar es de un azul intenso, sólo es verdoso cuando hay poco fondo, como lo he conocido siempre antes. Las horas transcurren entre lecturas y charlas. Sólo hay dos del grupo que no llevan libro, sólo podemos conversar en dos grupos: anglófonos y lenguas ibéricas. Por la tarde ya estoy harto del mar, del velero, de los anglosajones… Sé que el viaje se me hará largo. Al atardecer pica un pez en una de las dos cañas que llevamos a los lados. Es un gran dorado, de hermosos colores, que se agita como loco hasta que el capitán le da un trago de ron. Explica que el alcohol los mata rápido, pienso que al menos mueren sedados. Cuando se hace de noche los pasajeros vuelven a marearse. El capitán dice que es normal porque con la oscuridad se pierden las referencias. Está muy cansado y me pide si puedo estar de guardia hasta que quiera irme a dormir. Lo aviso cuando llega a nosotros una lluvia que pronto se convierte en tormenta torrencial y atronadora. Bajo a la cama sobre las 3:00 pero a pasar del sueño no duermo apenas. Demasiado ruido. Recuerdo la greguería de don Ramón: “Un trueno es un baúl que cae por las escaleras del cielo”. Esta noche deben andar de mudanza.
Tercer día. Subo a cubierta con el alba. A los lados se ven algunas islas del archipiélago de San Blas. Hay 365 islas, aunque no sé si incluyan las que no tienen más que una palmera, como esas isletas donde los humoristas gráficos sitúan a los náufragos. Muchas no tienen más de mil metros cuadrados, como una parcela de urbanización. Algunas son incluso bastante más pequeñas, parecen granos peludos que le han salido al mar, matojos de palmeras en macetas flotantes. Si con el aumento del nivel de las aguas no desaparecen todas estas islas habrá unas cuantas más dentro de un siglo, hay lugares en medio del mar donde sólo cubre por las rodillas. Anclamos frente a un grupo de islas que llaman Cayo Holandés. Visitamos una isla habitada y otra que no lo está, en la primera sólo hay dos pequeños grupos de cabañas en cada extremo, en la otra no hay caminos y todo es una selva de matorral y palmeras. A mediodía el sol es un cañón de fuego. No quiero exponerme y me baño incluso con camiseta, pero de pronto me lanzó a ese buceo superficial que llaman “snorkel”, me quito la camiseta sin pensar en el protector y acabo con la espalda como un tomate. Otra noche más que me costará dormir.
Cuarto día. Al amanecer nos movemos hasta otras isletas que llaman Chichimé. Anclados allí pasamos el día. Visitamos y nos visitan los indios kuna. En total hay unos 50 mil en estas islas, su Reserva con el nombre Kuna Yala. Son propietarios de las parcelas que ocupan y trabajan, pero no pueden venderlas. Tampoco pueden vivir en las islas quienes no sean kunas, me dicen que algunas mujeres se han marchado a Tierra Firme tras casarse con mestizos. Sólo las mujeres hacen las artesanías que venden a turistas. Hay hombres que también las hacen, pero sólo cuando se consideran mujeres, sin que se les margine. En una de las isletas vemos el caso curioso de un niño kuna que es albino. Paso la mayor parte del día leyendo. Me arde la espalda y ya no estoy a gusto ni sentado.
Quinto día. Llego a ese domingo, 26 de octubre, aburrido de tanto mar y tanto sol. No tengo ganas de pasear por las isletas ni por el agua, no estoy en condiciones de broncearme ni lo pretendo. Comprendo que esta excursión sólo tendría gracia para mí si fuese con un grupo de amistades, y aún mejor con enamorada. Los paisajes magníficos sólo los disfrutas del todo si estás acompañado de quien quieres. Ha sido una experiencia que deseaba pasar y que no pienso repetir. Supongo que para mucha gente un viaje así de exótico será muy apetecible, pero en este caso no pienso hacer nada por entender a tanta gente. Ese día ocurre lo mejor del viaje, compramos a los pescadores kuna dos centollos y una langosta para cada uno, por un dólar y medio cada langosta y seis los dos centollos. Un banquete baratísimo. Después de almorzar navegamos hasta El Porvenir, la isla administrativa de los kuna y el gobierno panameño, donde te ponen la visa en el pasaporte. Una vez resuelto, poco antes de anochecer, cruzamos a ver la población más importante, una pequeña isla totalmente cubierta de chozas con paredes de caña y techos de palma. Las noches anteriores, que estuvimos anclados frente a las isletas, cenamos junto a una hoguera en la playa como parte de las actividades fijas de este tipo de excursiones. Luego acabábamos bebiendo unas copas en el barco y cada cual se acostaba cuando quería. Las dos noches acabé conversando a solas con el capitán hasta bastante tarde, animados ambos por una comunicación fluida e intimista. Esta noche del domingo estamos tan cansados que todos se van a dormir poco después de cenar en el barco. Me quedo un buen rato tumbado en la proa mirando a las estrellas, es uno de los momentos más felices en toda mi larga excursión por el continente; pienso que finalmente ha merecido la pena este viaje marítimo, aunque no lo repetiría, carezco de espíritu marinero. Y todavía nos falta otro largo día de navegación.
Sexto día. Normalmente, después del desayuno, el capitán acerca al pasaje hasta El Porvenir y cada quien se busca la vida para llegar al continente y a la ciudad de Panamá o donde vaya. Pero esta vez tenemos todos otros destinos y el capitán, previo pago, nos dejará en ellos. La pareja de suecos y el inglés vuelven a Chichimé para pasar allí tres días más alojados por los kuna, que por 10 dólares diarios te prestan una hamaca y te dan tres comidas diarias a base de pescado, arroz y plátanos. El resto vamos hasta Portobelo, pequeño puerto en una de las bahías más conocidas de Panamá. Antes de salir de Chichimé se estropea el motor, nos cuesta dar la vuelta y navegamos únicamente a vela. El mar está más agitado que ninguno de los otros días, sólo en los que estuvimos anclados estuvo tranquilo. Las horas se hacen largas, antes del almuerzo termino de leer a Lituma en los Andes y me paso el resto del día tumbado en el cajón de proa. Cuando comenzamos a entrar en la bahía de Portobelo, orzando para avanzar sin motor, se pone a llover (a mares que es lo suyo). Nos lleva varias horas acercarnos al pueblo y cerca de la medianoche anclamos algo lejos. Al fin esa noche duermo mejor.
Séptimo día. Al subir a cubierta, y ver la belleza de esa bahía, comprendo que mi amigo Juancho se quedara prendado de este sitio cuando vivió aquí durante varios meses. Traigo, gracias a él, el dato de una española que vive aquí. Voy con el capitán al pueblo a primera hora. Una vez acordado con el mecánico la hora que irá, él se vuelve al barco y yo me quedo para localizar a esa persona y habitación donde quedarme esa noche. La española está de viaje y no saben si tardará unas dos semanas en volver. Las habitaciones que veo no me gustan nada. Algunos negros, muy parecidos a los del anuncio de: “me están estresando”, se me pegan para guiarme por un pueblecito bien pequeño y sacarme algo de dinero aunque les diga que no necesito guías. Definitivamente pierdo interés de quedarme en un pueblo que según me dicen es el más bonito de Panamá. Prefiero aprovechar y salir hacia Ciudad de Panamá con los australianos y el californiano… Pero eso ya lo contaré otro día. De momento un haiku más:
Viento del este
Aleja de mi nave
Calor y lluvia